lunes, 16 de abril de 2012

I amsterdam. Capítulo segundo

Cuando Flip encontró a Flop

Se despierta el día, sale el sol... Parece el comienzo de una canción de un musical miserable... Son las ocho treinta y el chinchín senior y Martuki se dirigen en busca de alimento para la tribu que aún duerme a pierna y ronquido suelto. Los cazadores buscan y traen comida para el resto de la manada. Esa tarea tácitamente se le asigna al chinchín senior. Unos narran la historia a posteriori, otros le dan espléndidamente a los fogones... Buscan leche para el desayuno pero se convierte en una misión fallida. Se decide ir a desayunar fuera, dadas las circunstancias y la escasez de provisiones. 



Acabamos de llegar y el capital de la Compañía no está en crisis ni sufre recortes. La Merkel nos deja respirar, despilfarrar nuestra economía en un suculento desayuno en un lugar de la zona. La prima de riesgo está baja. La idea es llenar la panza para luego vagabundear un poco por la ciudad que se despereza somnolienta y con una ligera llovizna. Martuki opina que a los viajes uno va a perderse. No le falta razón...

Tras los preparativos matutinos, se decide el plan del día. Llueve. Comenzamos a andar y acabamos cayendo de bruces en la parte más complicada de explicar de Ámsterdam cuando se viaja con niños. Estamos en el Barrio Rojo, en el Red Light District, en sus callejones de besos y camas de alquiler, de mujeres que nos miran con la oferta de lo que venden. Es el placer que esconde y se muestra tras un cristal. Nadie pregunta nada, hay poco ambiente y se salva el escollo infantil con cierta facilidad.




Nuestros estómagos gritan y nos conducen, tras unas cuantas vueltas a un pequeño restaurante donde desayunamos unas estupendas tartas de manzana con unos generosos chocolates calentitos. La Compañía disiente sobre el menú. La ciudad bosteza tras la resaca del sábado noche. Nos mira tranquila mientras decidimos por qué calle empezar a perdernos. La fina lluvia nos acompaña amablemente mientras nos dirigimos a nuestro destino. Por el camino nos encontramos con las primeras fotografías digitales que nos llevaremos. Cada uno se interesa por cosas distintas. Arquitectura, unos zuecos típicos. Somos unos guiris sueltos en Ámsterdam y nos comportamos como tales. El bebé chinchín, que comienza a ejercer de hermana mayor ante el lenteja, se anima a sacarnos una preciosa foto de grupo.




Nuestros pies nos llevan hacia un inmenso parque de bolas llamado Tun Fun, muy cerca del museo De Ana Frank e infinitamente más divertido. Es poco frecuente y casi sorprendente que unos turistas se fijen en él, pero viajando con niños pequeños y con una previsión de lluvia sobre el horizonte, nos parecía un plan perfecto para el primer día en la ciudad por explorar. Viajar con niños tiene sus pros y sus contras, como todo, pero teníamos muy claro que nosotros, los mal llamados adultos, nos acomodaríamos a ellos, y no al revés.




Los críos se vuelven literalmente locos mientras los que superamos el metro y medio de estatura imitamos a los despreocupados lugareños, que medio atienden al frenesí de su prole, abrumada por el millón de bolas de colores, las rampas, los toboganes, los castillos hinchables. Adrenalina infantil en estado puro.




Estupefactos, asistimos con cierta perplejidad la diferencia entre los sitios que conocemos en Madrid, mucho más pequeños y con bastante control por parte de los adultos, con la actitud muy generosa y flexible en cuanto a normas y tolerancia por parte del amsterdamnés medio. ¡Cómo somos, cómo nos verán!



Las horas pasan y los mal llamados adultos nos animamos a explorar el parque. Casi estuvimos a punto de pedir un mapa en la entrada. 


Unos recorriendo los casi 4000 metros cuadrados de la instalación, otros buscando infructuosamente a sus propios hijos. Los más atrevidos, canallas y desinhibidos, se lanzan (literalmente) a probar la miel de volver a ser niño. Los narradores de esta historia (porque en esta historia hay más de un narrador) se suben a lo más alto de un tobogán con una caída inicial totalmente vertical. Impresionante. Desde abajo no se aprecia la caída. Adjuntamos un vídeo explicativo.




Tres miembros de la Compañía protagonizan uno de los momentos más peligrosos y divertidos de la jornada. Un narrador, una adolescente y un ser con coletas al viento deciden torpe e inconscientemente bajar de la mano, los tres a la vez. Ya sé lo que dirá y pensará el lector. A toro pasado todos somos mu listos...

El problema fue fundamentalmente físico. Newton se estará descoronando desde su tumba londinense al comprobar qué mal aplicamos sus enseñanza teóricas. Describamos el asunto de forma científica, matemática y objetivamente:

"Hipótesis. Si tres cuerpos de distinto peso (y nótese la brutal diferencia entre cada uno de ellos) se deslizan por una pendiente con una grado determinado de caída. ¿Qué ocurrirá? ¿Qué valor tendrá la x de la ecuación? ¿Cuál es el resultado de y? 

-¿Qué peso tiene cada cuerpo? -pregunta el gafotas de la primera fila.

-Buena pregunta. El cuerpo A pesa 100 kilos, el cuerpo B 50 kilogramos y el cuerpo C, tan solo, 20 kg.

-¿Y la inclinación de la pendiente?

-El primer tramo tiene una pendiente de 90 grados que se suaviza a los tres segundos de caída. Deben determinar la velocidad de caída del cuerpo A, la del cuerpo B y la del cuerpo C. Tienen tres minutos.

Pasados los tres minutos, hasta los más tontos alumnos de la ESO de Física podrán deducir que independientemente de la velocidad de cada cuerpo, es indiscutible que el cuerpo de mayor volumen bajará considerablemente más rápido que el cuerpo de menor volumen. Si se añade la circunstancia de que bajan al unísono, no es difícil llegar a la conclusión de que bajarán a velocidades distintas y por tanto en tiempos distintos. Cada cuerpo desequilibrará a los otros dos restantes mientras caen.

En roman paladí, o en tono menos erudito, el pedante párrafo de arriba significa que el cuerpo más gordo arrastrará al más flaquito. Y este último, el menos pesado, terminará rebotando una y otra vez contra la parte dura del tobogán hasta llegar abajo como si de una pelota se tratara. Vamos, que se pega una hostia de cuidado, con perdón. 

Como decíamos, el problema fue fundamentalmente físico. Cualquier experto en la materia alertaría al adulto, la adolescente y la niña les alertaría que sus cuerpos caerían a velocidades muy dispares pudiendo evitar el tremendo mamporro que sufrió el bebé chinchín, que bajó rebotando (tal cual) por el tobogán de la muerte. Agradecemos al intrépido fotógrafo de guerra chinchín que fue quien inmortalizó tal ocasión. Al menos la foto quedó divertida, de Twitter. Se rumorea que será el próximo premio Pulitzer de este año. Aportamos documento gráfico así como video del momento en cuestión para que los protagonistas de la historia vuelvan a reír recordándolo, sobre todo con la instantánea. 








Lo curioso es que nadie se dio cuenta. No ocurrió nada. Podría haber bajado primero nuestro cuerpo y luego nuestra cabeza, que ningún lugareño se inmutaría. Estos holandeses... Desde que le dimos cera en la final del Mundial, aprecian poco a unos españoles malheridos. Después de comprobar que esa no era la circunstancia -la de que nuestra cabeza bajara antes que nuestro cuerpo- nos hartamos a reír rememorando la escena y la fotografía. Todos menos el bebé chinchín que pensaría: "¿De qué carajo se ríen estos idiotas? He visto pasar mi vida de tres años y medio como en una película y encima van y se descojonan. Ya me vengaré cuando sea adulta y los meta en un asilo de la Seguridad Social. Veremos quién se ríe entonces. Ja." Tras el contundente pensamiento, pide, por favor, no repetir la experiencia. Entre lágrimas, no nos negamos.

Se sale del inmenso parque de bolas como cuatro o cinco horas después de haber entrado. Padre e hijo intentan echar una partida de ajedrez con piezas gigantes pero las niñas, con otros planes, sabotean sin compasión la partida. El niño pone cara de "como diría Bob Esponja, me las pagaréis, ya me vengaré aunque no sepa qué significa eso exactamente". 


Nos fuimos porque estábamos ya más que hartos del dichoso parque de Tun Fun. Nos llevamos una bola naranja de recuerdo y otra azul. Una para cada familia. Martuki pasa de pillar la suya. Estuvimos buena parte del final de la mañana y casi media tarde. Extenuados, nos perdimos por las calles de Ámsterdam. Había que pensar en provisionarnos para la cena y el desayuno del día siguiente. El plan, a partir de ese momento, era sencillo. Había que reponer alimentos, cena y algo de jarabe de zumo de cebada, marca Heineken que incomprensiblemente ya se nos había terminado.



Llegamos al apartamento. Bañar por turnos a todas las criaturas, darles la cena y facturarles para dormir se convierte en una agradable costumbre. Ya limpios, cenados, empijamados, el tío chinchín se arranca con una narración muy divertida sobre Epi y Blas, donde aparece el señor Rosendo Mercado cantando su Maneras de vivir. Los primeros personajes infantiles gays (Epi y Blas, por supuesto) duermen en un lugar llamado curiosamente igual que el apartamento donde nos alojamos. Salen Flip y Flop a escena. Más lágrimas e inevitable interrupción del cuento y de esta historia.



En este punto de la historia el narrador debe hacer un pequeño inciso, un kit kat, un paréntesis. Hay que recordarle al lector que el título del capítulo es Cuando Flip encontró a Flop. Es el momento de dar cuentas, de dar las explicaciones oportunas. Como en las pelos, sacamos una cortina de humo y pintamos de verde nuestra respuesta.

(Se abre paréntesis.
A la llegada del apartamento, el lector recordará que el personaje interpretado por la cuña se agobia con la escasa limpieza de la cocina y sobre todo con la del baño. En ese instante decide que la solución es comprar a los niños unas chanclas para la hora del baño y subsanar así cualquier posible infección venidera.
Se da la circunstancia de que el narrador, intentando ayudarla y desconociendo por completo lo que conllevaría después tal ayuda y tal iniciativa, encuentra en su diccionario móvil manzanil la solución a todos los problemas del mundo mundial higiénico. Se transcribe lo que propone el diccionario:
Concise Oxford Spanish Dictionary © 2009 Oxford University Press:
chancla sustantivo femenino (sandaliaflip-flop;
(pantufla) (Colslipper
Diccionario Espasa concise inglés-español © 2000 Espasa Calpe:
chancla sustantivo femenino Indum flipflop
Diccionario Espasa concise inglés-español © 2000 Espasa Calpe:
chancla sustantivo femenino Indum flipflop
Según el diccionario, chancla se dice flip-flop. Significa algo así como sandalia. Nuestra misión, a partir de ese instante, era encontrar las flip-flop. Pues todo el mundo en busca, en vez del Arca Perdida, fuimos en busca de las dichosas flip-flop. Esa búsqueda está presente a lo largo de todo el día. Ni qué decir tiene que el narrador y la cuñá caen en su propia trampa, una al sugerirlo, otro por buscarlo en inglés. Así que el resto de la Compañía les hacen "adoptar" inmediatamente los apodos Flip para ella, Flop para quien suscribe estas palabras.
Aquí se cierra el paréntesis.)




Situamos al lector, de nuevo. El chinchín narrador está leyendo un cuento de Epi, Blas, Rosendo y los increíble Flip y Flop. Risas y más risas. La cuña no le gusta mucho pero acepta la broma. El narrador estrena apodo, otro nombre que se añade al DNI. El chinchín narrador de cuentos, y morcillero teatral por excelencia y méritos propios, concluye su relato. Los niños están tranquilos y agotados. El día ha sido divertido aunque también bastante duro y cansado. Los niños van cayendo poco a poco en la droga del sueño.

Los papás vuelven a sentirse adultos y deciden salir y volverse a perder en Ámsterdam, pero esta vez bajo el neón rojo de las calles. Martuki se encarga de cuidarles, de comenzar esta bitácora mientras teclea a la velocidad de la luz con su BlackBerry. Alguien apunta que no debe tener ya huellas en los dedos pero apenas tiene incidencia en la adolescente, que está ya dentro de su mundo digital llamado WhatsApp.



Nos dirigimos al Barrio Rojo. Con ciego pudor, nos topamos con los pícaros ojos de las prostitutas que esperan tras un cristal. Las hay divertidas, aburridas, con gafas, con tatuajes, indiferentes, altas, delgadísimas, alguna con celulitis, las hay jóvenes, las hay negras, occidentales, mulatas. Pero no vemos a hombres tras los cristales. Nos preguntamos si la prostitución masculina está aceptada también como la femenina en la ciudad del placer prohibido permitido. Pero en el barrio que nos movemos solo hay chicas jóvenes, todas en ropa interior, ninguna desnuda o haciendo top less. Hablamos sobre los que no parece bien o mal de este asunto. Todos estamos a favor de la legalización de la prostitución, de llevarlo a un ámbito  legal, donde se acepte como un negocio más de la zona. 

Llegamos a la conclusión de que es un negocio extremadamente voraz con un márketing muy agresivo, el de las propias chicas y que al final y al cabo lo que vemos es una exposición de la carne, que la competencia entre meretrices es un tanto denigrante para la mujer en sí, pero quizás como cualquier concurso de belleza, o como las modelos, o como las azafatas de la televisión. Es la oferta y la demanda.



Acabamos muy cerca del apartamento tomándonos unas estupendas cervezas holandesas, que costaban cinco euros cada una. Hay que apuntar que la chinchona nos anuncia que está embarazada. En realidad es el bebé chinchín quien lo suelta en la cena, como en broma. Muy típico de los chinchines. Así que ella, toma una sin alcohol. Dada la noticia, descartamos cualquier coffeshop de la zona. El narrador se queda con las ganas pero el lenteja bien vale pasar de probar cosas nuevas.



A nuestro lado, unos jóvenes apuran sus cervezas. La chinchona nos indica el estado perjudicado de los mismos. Ellos están flotando en sus asientos. Ellas, están mucho más serenas, al menos no vuelan. Debían estar haciendo una ruta algo más atrevida que la nuestra. Todos pensamos que con unos años más y con esa dieta, llegarían a tener el aspecto de la fotografía que adjuntamos.



Risas y más risas. Se decide que es hora de recogernos. Los viejunos somos así. Al día siguiente, nos adentraríamos en Ámsterdam en bicicleta y había que descansar.





Capítulo tercero. Con rodar me vale

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