domingo, 30 de octubre de 2011

Capítulo 6. Desnuda en el bosque

Se acaba el día. El fin de semana se aleja y se nos acerca de puntillas el lunes. Compartimos con vosotros el capítulo 6 del cuento Desnuda en el bosque. Es una buena forma de cerrar una semana y comenzar otra. No os perdáis a la gorda funcionaria del capítulo. Es todo un hallazgo funcionaril.


6.
Abrió un ojo. Después el otro. Al final terminó abriendo los dos. Su pupila tardó unos segundos, año arriba, semana abajo, en acostumbrarse a la luz color sombra que lo inundaba todo. El día era luminoso, aunque estaba todo aún sin sonido, como una película muda de siglos pasados. 

Los árboles estaban hechos de remiendos de enciclopedias, el cielo era de papel de periódico, las hojas, hojas de papel, por supuesto, y el suelo, letras y letras y letras caídas de las ramas de los árboles y de sus metáforas enciclopédicas. Todo le rozaba el cuerpo, le hacía cosquillas, como si quisieran irse con ella. TresLunaS no estaba muy segura de si estaba despierta, dormida o de si soñaba. Nunca está muy claro la diferencia en ellas. Estaba en un punto en el mapa que sabía que conocía aunque se sentía extraña: nunca había estado allí hasta ese día. Estaba en el sitio indicado. Era el Lugar Sin Nombre. Allí esperaba encontrar algunas respuestas. 




Llevaba los bolsillos repletos de versos suyos y de palabras ajenas, como quien los llena de arena o del agua de su amigo el mar. Algunos eran prestados, otros propios, los de más allá inventados aunque aún en fase de pruebas. La verdad es que la mayoría de ellos eran palabras fuera de su lugar.

TresLunas debía devolver aquellos versos que estaban desubicados y buscar los versos que continuaban a aquellos que durante todo el día no podía quitarse de encima. No podía regresar sin respuestas. Además, tampoco pudo llevarse su bloc invisible. Vaya fastidio. De momento esta aventura se quedaba sin redacción en primera persona.

Lo primero que vio fue algo que no le cuadraba demasiado. Vio a una señora gorda, colgada bocabajo bebiendo té de color azul, muerta de risa mientras devoraba un libro. Estaba tranquila, risueña, alegre. Era la clásica funcionaria afable que te podrías encontrar al final de un mostrador, con su inmaculado uniforme azul de rayas blancas. Chaqueta, pantalón y una graciosa corbata asomando por el cuello remataban la descripción.

—Hola...
—Hola. ¿Me conoces? ¿Te conoces?
—¿Quieres decir si te conozco? —matizó TresLunaS, amante ella de la precisión verbal.
—No. No quiero decir lo que no he dicho. Sé quién eres. ¿Sabes quién eres tú?
—Pues yo soy yo.
—¿Qué tú eres yo?
—No. Yo soy yo. Tú eres tú. Y yo me llamo TresLunaS.
—¿Cuántas dices que eres?
—No digo cuántas soy. Digo que me llamo TresLunaS. TRES—LUNAS.
—Ya querida, ya te entiendo. TresLunaS como tu nombre.
—No. Es mi nombre.
—¡Cuántas lunas! ¿Y qué quieren tus lunas?
—¿Qué quiero de qué?
—¿No sois tres?
—No.
—Pareces confundida.
—Ni te cuento.
—¿Y de qué me va el cuento? Me encantan los cuentos que cuentas. Empieza, empieza, empieza...
—No. Quería decir que llevo un mal día.
—¿Qué llevas ahí?
—¿Dónde?
—En el día, claro.
—No llevo nada en el día.
—Estoy confundidamente confusa. ¿Y ahí, en los bolsillos? Parece que vas cargada.
—Llevo palabras que sobran, versos que no encajan.
—¿Cómo es que te sobran tantas palabras? Debes leer mucho para que te sobren tantas.
—Bueno, he pedido algunas prestadas, ya que pasaba por aquí, me han pedido que las devuelva.
—Muy práctico, querida, muy práctico.
—¿Dónde se dejan las palabras?
—Las palabras no se dejan en ninguna parte, se reciclan.
—¿Cómo que se reciclan?
—Pues claro, siete soles, no, cuatro medias noches, no, esto...
—TresLunaS.
—Eso. Gracias. Las palabras se reciclan para que otras personas las pueden a volver a usar. Así cuidamos unos de otros. No sabes lo caro que está inventar palabras nuevas, querida. El mercado las ha disparado. La oferta que demanda, lo que demanda se oferta...
—Tiene sentido.
—¿Qué sentido? ¿Qué sentido siente qué?
—Me he perdido.
—Y eso que no te has movido del sitio. Ahora que lo pienso, también me he perdido yo. ¿O es que no me había terminado de encontrar? Ehhh....
—Venía a dejar palabras. Perdón, a reciclarlas.
—Venías a dejar palabras. Pues bien. Te explico las reglas del reciclaje. Éste es el lugar donde se reciclan sílabas, palabras, fonemas, verbos, frases subordinadas y demás cacharrería verbal. Hay tres cubos, aunque a ti sólo te interesa el primero, que es ése de color morado. El morado es para reciclar las palabras. Versos, inicios de cuentos, novelas largas que si hicieron cortas, obras de teatro sin personajes, escenarios decorados, ensayos que faltaron a los ensayos... Tus palabras, ésas que dices que sobran. Échalas ahí despacito y con buena letra, sobre todo ten mucho cuidado que las metáforas lleguen lo más enteritas que se puedan, que luego la gente se queja de si esto está pasado de moda, que si no funcionan...
—¿Las echo por aquí?
—Sí querida, no es tan difícil. ¿Ves la cerradura de la puerta que tiene una ventana con unas cortinas pequeñas y con un cristal que nos ves?
—No.
—Exacto. Ése es el lugar.
—Bueno vale, lo que digas. Ya me apañaré. ¿Y los otros cubos?
—El blanco es para los personajes que llegan corriendo de ningún lado. Algunos personajes se pierden y hay que ponerlos ahí hasta que vengan a buscarlos. Se quedan en espera de uso. Más que un cubo de reciclaje es un cubo de personajes por utilizar. A veces ningún autor los reclama y hay que darles otro trabajo. No te cuento el lío que se formó cuando aparecieron siete enanitos que sobraban de una obra. Un verdadero drama, la verdad.
—¿Los de Blancanieves?
—Antes el cuento tenía catorce enanitos, nadie vino a por ellos y el cuento la verdad es que perdió bastante.
—El último, ¿dónde está?
—¿Qué último?
—El último cubo.
—¡Ah, el último cubo! El último es del color de lo que no existe. Suele ser difícil encontrarlo, así que dejamos las cosas aquí a un ladito, para que no molesten. Debería estar por aquí.
—¿Y ese cubo para que sirve? ¿Sueños rotos? ¿Esperanzas imposibles? ¿Amores ocultos? ¿Sabiduría de los dioses? ¿Lo más increíble del mundo mundial?
—No querida, ¡qué imaginación tan imaginadora tienes! Es el cubo de las historias que no se cuentan. ¿Qué podría ser sino? Por eso tiene el color de lo que no existe. Algunos editores despistados vienen a veces por aquí, pero se suelen marchar con las manos vacías. Un secretillo, querida, más de una historia y menos de dos me has dejado aquí sin darte cuenta. Como te lo digo.
—¿Hay algún cuento que no conté y que está aquí? ¿Podría verlo?
—Por supuesto, querida. Como poder verlo, podrías verlo. Pero como no lo contaste, no te lo puedo mostrar.
—Vale. ¿Me he dejado algún poema que empieza con el verso “Desnuda en el bosque”?
—No que recuerde, pero recuerdo tan poco que no lo recuerdo. ¿Quién estaba desnuda?
—No lo sé.
—¿Y entonces cómo sabes que estaba desnuda?
—Buena pregunta.
—¿Cuál? ¿Cuál preguntas?
—Creo que debo continuar mi camino, dijo TresLunaS. Sabía que discutir sobre semántica con la funcionaria no era una buena idea y no sabía si tenía mucho, poco o nada de tiempo. Discusiones de semántica, las justas y en otras circunstancias.
—No sé nada del comienzo de tu poema, soy una simple funcionaria que bebe té y que custodia los cubos de colores. Estoy convencida de que si preguntas al profesor de Matemáticas Inexactas, te podrá ayudar.
—¿Cómo me va a ayudar un profesor de...? —preguntó TresLunaS con cierta suspicacia.
—Matemáticas Inexactas, querida. Inexactas. Necesitas encontrar un poema. Y los poemas son matemáticas, y como no sabes dónde está o cómo es, esas matemáticas, matemáticamente son inexactas y si son inexactas, lo mejor es preguntarle al profesor experto en la materia.
—¿Cómo le encuentro?
—Sigue el camino de baldosas amarillas. 


—¿Qué pasa? ¿Que me has visto con cara de estar buscando al Mago de Oz? Hace tiempo que dejé de ser Dorothy y de tener un perro tonto llamado Totó. TresLunaS era muy decidida y no le gustaba que la tomaran el pelo sobre todo cuando tenía un asunto tan importante entre sus manos. Ella notaba que su paciencia se agotaba con rapidez. No era su fuerte ser paciente.
—No querida, es que siempre quise decirle esa frase a alguien. Aunque tal y como está el patio, tampoco me parece mal consejo.

TresLunaS no llegó a oír la última frase de la funcionaria. Se alejaba mientras la veía que seguía leyendo su libro colgada bocabajo y se volvía a servir otra taza de té, esta vez de color violeta claro. En la senda que había tomado había un cartel que ponía: “Éste el camino de baldosas amarillas”. Pero claro, las baldosas no eran baldosas ni tampoco eran amarillas. Algo muy típico de este lugar. TresLunaS iba murmurando lo que acaban de decirle. Había que encontrar al profesor de Matemáticas Inexactas. ¿Cómo se encuentra aposta lo inexacto?


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