jueves, 27 de octubre de 2011

Capítulo 3. Desnuda en el bosque

Ayer se nos olvidó por completo subir el tercer capítulo del cuento que ya publicamos, Desnuda en el bosque. Es el momento de enmendar ese lapsus. 

Compartimos en Impresiones y en formato html dicho capítulo.

 3.

Después de recoger la cocina y de echarse una merecida siesta, ya entrada la tarde, TresLunaS sacó la trompeta de su estuche. Se puso a practicar algunos ejercicios antes de empezar a tocar. Si no se tiene suficiente aire en los pulmones, todas las canciones sonarían como cuando a la tele se le quita el volumen porque crees que han llamado a la puerta, y la ves durante un rato como en susurros.
 
TresLunas tocaba la trompeta casi a diario y no sólo cada cuatro años. Su amigo el mar pensaba que era el instrumento más triste del mundo. Ella decía que la tristeza no tenía dueño ni preferencia alguna, y mucho menos su preciosa trompeta plateada. El mar sabía de mareas, de ballenas y ballenos, de ritmo y de poesía, pero nada de trompetas. ¿Cómo alguien que está siempre salado y calado hasta los huesos sabe de tristezas? La tristeza no es ni dulce ni salada. Es tristeza, sin más, sin sabor, sin color. Hasta el hada y el aprendiz de brujo más cursis y tontos saben ese dato.
 
TresLunaS a veces hablaba de poesía con la tristeza. Era inevitable. Debía consultarle algunos adjetivos, si tal verbo podía utilizarse de esa manera o de tal otra. Asuntos de trabajo, vamos. Y el trabajo es sagrado. El oficio de escribir te lleva a mantener relaciones con diversas personas. TresLunaS  decía que ése era su oficio, juntar palabras como si se tratara de la lista de la compra que no compra ni vende nada. Los elfos opinaban que era su idioma. Matices semánticos.
 
TresLunaS siempre tenía un cierta duda sobre cómo hablar con la tristeza. ¿Alegremente? Parecería casi una descortesía y TresLunaS tenía un sentido alto de la educación. Ante todo, respeto. ¿De forma seria? No era el estilo de TresLunaS ni el de la tristeza. ¿Con amargura? ¿Por qué? Si lo amargo sólo lo empleaba en sus pucheros y siempre en pequeñas dosis, como usar la sal.
 
Más dudas treslunasianas. ¿Cómo definirla? ¿Cómo describirla? TresLunaS sabía de sobra que no tenía ni color, ni sabor ni aroma que supiera ella expresar con palabras que ella conociera. Y presumía de conocer unas cuantas. Trillones. Eso saltaba a simple oído. Cualquier persona que la oyera hablar podría confirmarlo. Y sin embargo, TresLunaS no sabía qué adjetivos podrían definir a la tristeza. Acaso la tristeza, experta en adjetivos y palabras, no se quedó ninguna para sí.
 
La tristeza no era de sus mejores amigas, la verdad, pero era cierto que le confesaba a solas algunas cosas que sólo compartía con ella. Vivía sola, a dos calles de las hadas de los sueños incumplidos. Delante de su casa blanca y gris perla había un pequeño buzón descolorido anaranjado con algunas cartas. Publicidad, peticiones, ruegos, consultas, admiradores secretos... Había que reconocer que para no tener demasiados conocidos, tenía una abundante correspondencia.
 
La tristeza hablaba siempre en un tono bajo. Era prudente, y algunos gnomos decían conocerla personalmente. A TresLunaS le constaba que no era cierto. La gente hablaba sobre su hermana la alegría, que si la engañó con la herencia o en el reparto de la casa, si se distanciaron por un novio. Rumores y habladurías. Mentiras. Su mejor amiga, melancolía, que a veces merendaba en casa de TresLunaS, se lo contó un día, entre bocado y bocado de un sándwich de mermelada de naranja, su preferido.
 
—¿Por qué crees que la tristeza es como es? —soltó como una tormenta TresLunaS a su amiga melancolía.
—¿Y cómo es la tristeza?
—Pues triste, sola, aburrida. Gris.
¿Tú crees?
—Lo creo.
—Yo no estaría tan segura. La conozco desde hace años, desde la época del colegio. Lo que ocurre es que su hermana alegría se distanció de ella hace tiempo. Hubo problemas familiares. Ahora parecen casi extrañas, viviendo tan cerca y tan lejos una de la otra. No suelen coincidir ni se las suele ver en los mismos lugares, salvo en raras ocasiones o en personas que tienen un corazón alquilado con dos habitaciones pequeñas, donde ambas conviven como pueden.
—¿Y eso?
—¿De verdad que lo quieres saber, TresLunaS?
—Sabes que no soy una cotilla, pero cuenta, cuenta que de aquí saco yo un par de cientos de palabras.
—¿Es qué todo lo tienes que terminar escribiendo?
—Escribo antes para tener siempre algo que leer después. 



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