martes, 25 de octubre de 2011

Capítulo 2. Desnuda en el bosque

Continuamos con la historia de la niña poeta TresLunaS. Hoy ofrecemos en formato html el capítulo 2, donde conoceremos un poco mejor a este personaje tan particular.


2.

Si nos fijáramos en la apariencia de TresLunaS, nos daríamos cuenta de que es una niña menuda. Lleva una gafas redondas y tiene un pequeño mechón rojo que a veces le tapa un poco la cara. Sus ojos son tan grandes como grises, expresivos, alegres. No es ni guapa ni fea, ni normal. Ella tiene muy claro que no es ni grande ni pequeña, ni mediana. Es como es. Viste con colores llamativos pero no para llamar la atención. Llamar la atención por llamar la atención es como gritar para demostrar que se puede hablar alto. Es más fácil pensar que cualquier color le vale. ¿Por qué entonces conformarse con un par pudiendo tener multitud de ellos?


Le gustan mucho tres placeres de su amigo el tiempo: los jueves, el mes de abril y los años bisiestos. Del último. Cada veintinueve de febrero celebra con gran entusiasmo el regalo que le hace ese año, que es generoso y viajero. En su honor toca con su trompeta plateada veintinueve notas blancas, y con ellas le compone una canción sin letra. Sólo música. Las palabras, que se gastan y se desgastan, las emplea para el resto de los días de cualquier año, fuera bisiesto o no. Todos los veintinueve de febrero sólo hay veintinueve notas, todas distintas, todas diferentes cada cuatro años. Ese día las palabras tenían vacaciones. Hasta las palabras, con o sin faltas de ortografía merecen una pausa. Algunos duendes —que parecen saberlo todo— lo llaman “moscosos”. ¡Vaya palabro! Pero TresLunaS no tenía muy claro por qué una mosca moscosa (que no moscoso) podía dar días libres a las palabras. Ella lo hacía y punto. No había que ponerles nombres raros a unas merecidas y simples vacaciones. Los duendes y sus cosas.

Lo segundo que le gustaba: el mes de abril. Tardaba once meses en llegar, pero merecía la pena la espera. En abril podía conversar durante horas, durante días a veces con su amiga la lluvia sobre muchas cosas. Es cierto que llovía varias veces al año. Pero la lluvia de abril era su favorita. Charlaban de cualquier tema menos del tiempo. Para la lluvia era trabajo y para TresLunaS era no hablar de nada en realidad. Y para no decir nada, era mejor dejar que el silencio se expresara por una. Se ahorraba tiempo y las palabras no se cansaban tanto. ¡Cuánta gente habla sin decir nada! Será que les da miedo el silencio pensaba TresLunaS en silencio mientras su amiga la lluvia le contaba sobre los lugares que había recorrido o las
cosechas que había regado a lo largo del año. 




El último (o el primero) de la lista. Ese tercer placer se llamaba jueves. Todos los jueves tienen tres días antes de él y tres después. Con el resto de días se tenía que llevar bien, por una razón u otra. Simple convivencia. TresLunaS sabía que los trasgos del sur de batas blancas odiaban los jueves. Ella creía que era porque sí. Pura injusticia. ¿Cómo se puede odiar al jueves y no al domingo o al martes? No creía que el pobre jueves les hubiera hecho algo. Algo que está en medio de la semana, rodeado, unido y aislado del resto de días, como ella, no podía ser tan malo. Habría que preguntar al próximo jueves si sabía algo del tema o si le había llegado algún rumor, se propuso un día TresLunaS. Se lo apuntó en el apartado de tareas pendientes de su bloc invisible.

En fin, le gustaba hacer un montón de cosas: leer, escuchar música, pintar, hacer pilates, jugar con la wii, ver la tele y perderse por el bosque para volver a encontrarse horas después en el mismo sitio. Pero había tres cosas que le apasionaban por encima de todas las demás. Cualquiera que la conociera firmaría una lista como la siguiente:

  • Cocinar recetas increíbles, casi como un invento. 
  • Tocar su trompeta plateada cada tarde. 
  • Escribir larguísimos poemas de tres versos de rima oculta e invisible. Se los recitaba a lo árboles más gruesos y de raíces más profundas, los mayores expertos de poesía que ella conocía. 
TresLunaS decidió ponerse a cocinar. Que no le saliera el poema no significaba que la cocina también le fuera a ir mal. Al final se decidió por unos macarrones de color verde, doraditos por arriba y blandos por abajo, con su choricito recién hecho. Había que cocer la pasta azul con agua con gas del tiempo. Cualquier chef que se precie sabe que la pasta azul no se puede hacer de otra manera. Después, se escurre con una raqueta de tenis pequeña. Una vez TresLunaS lo probó con una pala de playa pero el resultado no fue el que ella esperaba. Quien no se arriesga no gana, se repetía siempre que un experimento le salía mal.

El final de la receta. Hay que hacer la salsa a fuego rápido, casi como un suspiro, tan veloz como la luz en plena huida. TresLunaS opinaba firmemente que cocinar a fuego lento era cruel para la pobre salsa. ¡Vaya tortura! Había que ser rápido, sin dudar y sin dudas. Faltaba el toque final: mezclarlo en una enorme fuente de color amarillo. Lo importante es que fuera grande y de color amarillo. ¿Cómo sino, se podía conseguir que los macarrones fueran verdes al final? Si es roja o morada o naranja la fuente, los macarrones no saben igual. Después volvería a lo del poema. No le gustaba dejar cosas a medias y mucho menos un poema. Faltaría más. Había que investigar dónde estaban escondidas las palabras que faltaban. Si las habían escondido o es que se habían equivocado de casa.




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